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jueves, 16 de abril de 2009

En el dentista


Es más de medio día y el hombre se desespera. Si no fuera por el dolor acuciante que lo invade cada vez que muerde algo nunca hubiera ido al odontologo. Y lo peor no es el olor a saliva y desinfectante, o la asombrosa falta de belleza de la mujer que está sentada en la esquina, quien debe ser la asistente. Sino el terrible aburrimiento que siente. Toma una revista por quinta vez, y mira de reojo a la niña que juega bajo del escritorio de la secretaria. La madre la mira de manera desaprobadora, y parece haberse cansado de repetir su nombre. La revista lo aburre y se imagina a la secretaria desnuda. No vale la pena siquiera intentar desearla, se dice y vuelve a su lectura.

Saca una caja de chiclets de su bolsillo y nota que la niña lo mira. Le sonríe y ella sigue jugando. La madre lo mira. Debe pensar que soy un corruptor de menores, o que estos chiclets esconden pastillas de extasis, o que la he estado siguiendo durante los ultimos días.Guarda los chiclets sin comer ninguno. Llama a la niña cuyo nombre recuerda por haberlo escuchado tantas veces y le ofrece un chocolate que saca del bolsillo. La niña sonríe, un ceño se frunce, la mujer del escritorio entra al consultorio y sale con un hombre anciano que luce una sonrisa perfecta y brillante. La niña toma el chocolate de las manos del hombre, la mujer frunce más el ceño, llama a la niña y le dice que no puede comer chocolate antes de tener una cita con el doctor. Ella le entrega el dulce a su madre y vuelve a jugar. La mujer huele el dulce, lo toca como si pudiera explotar en cualquier momento, y luego lo desenvuelve, toca y huele de nuevo, finalmente lo parte en dos antes de envolverlo otra vez; hace todo esto mientras alterna rapidamente sus miradas del dulce al hombre. Este no reacciona. Otra persona de la sala entra al consultorio, una mujer. El hombre mira alrededor y deduce que el siguiente turno debe ser el suyo, e intenta concentrarse en releer de nuevo el cuento al final de la revista.

La mujer guarda el dulce en su bolso, llama a su hija y le asegura que los gritos que escucha no vienen del consultorio del dentista, sino del piso superior, donde un hombre muy malo que golpea a su esposa vive. –No te va a doler, mi amor– le dice.

–Es cierto niña, todos los días– dice el hombre,– se escuchan los mismos gritos, o más bien casi todos los días, yo antes vivía por cerca de aquí–. La mujer lo mira satisfecha con la ayuda. La niña se acerca al hombre y le pregunta si es verdad. –Es cierto, en el piso de arriba hay un hombre que todos los días le corta un pedacito pequeño de dedo a su mujer, por eso ella grita tanto–. La mujer abre los ojos, la niña da un pequeño grito y corre a esconderse bajo el escritorio. El hombre sigue su lectura, se detiene y dice:– es mentira niña ya no hay ningun hombre malo en el piso de arriba–. La niña lo mira, la madre lo mira y esboza una pequeña sonrisa. –pero y los gritos..– dice la niña. –Debe ser una pelicula, preciosa, no te preocupes–.

–La verdad–, dice el hombre como si hablara consigo mismo, –nadie sabe, cuando yo vivia aca los gritos me despertaban en la noche, y yo siempre llamaba a la policía, pero nunca encontraron nada, yo creo que debe ser...–. –Un loro– dice la mujer apresuradamente– un loro que escuchó los gritos alguna vez, tu sabes que los loros repiten todo lo que oyen; sí eso debe ser, un loro–. –Deben ser fantasmas– Dice él. La niña se esconde, la mujer lo mira. Se debe estar preguntando cómo podría deshacerse de mi, piensa él. –Yo usaría un lapicero– dice cuando la ve estrujando fieramente un trozo de papel, –la asfixia es larga y molesta para ambas partes–.

La mujer fija sus ojos en la revista que finge estar leyendo. Ella se come el chocolate, y la niña juega a ser fantasma con la chaqueta de su mamá. Él le regala otro dulce, a escondidas, ella lo come y sonriendo le muestra sus dientes embarrados de chocolate. La secretaria se levanta de nuevo, entra y sale con la paciente. Él la llama, –¿por qué tanto ruido?– le pregunta, – sin anestesia– balbucea ella, o eso cree él.

Lo llaman, se despide de la niña con un pequeño gesto. –Toca extraer la pieza– dice el dentista, –¿le importa si grito?–él, –absolutamente, está en todo su derecho– . Él grita. Al salir cruza la mirada con la niña, gira su cabeza de lado a lado, le sonríe y haciendo todo el esfuerzo que le es posible dice con perfecta vocalización, o eso piensa él: fantasmas.

1 comentario:

Sucumbio al Abismo dijo...

Me encanto la forma como mantiene el drama en la historia aún sabiendo que el personaje mantiene una completa interacción con las acciones que suelen suceder en un consultorio odontológico causando gran risa a borbotones en el lector con el descubrimiento de el ruidoso grito fantasmal dentro del consultorio ¡vaya fantasma! Buen cuento aunque el fantasear sea pieza clave para seguir con la historia el final para mí, seria que el personaje le cediera el turno de consulta a la niña y después de escuchar el grito saliera la niña con dientes y lengua de ternera titubeando que el fantasma se encuentra en ella. Saludos, Angelo.