Espacio para postear cuentos, y noticias relacionadas con el mundo literario.

miércoles, 29 de abril de 2009

Primera imagen: Veo un hombre en el piso, las piernas y los brazos abiertos, unos como si quisiera alcanzar algo; las otras, las piernas, parecen haberse quedado congeladas dando un paso al frente, una, la izquierda recta como una flecha que indica hacia el oeste, la otra levantada y doblada en la rodilla indica la misma dirección.Cerca de donde yace el hombre hay una caja de frunas abierta, algunos de los paquetes rodaron fuera de la caja. El hombre no se mueve. 

Segunda imagen: Un hombre, de pie, aprisiona ambos brazos de una mujer con su mano derecha, la mano izquierda está alzada como si el hombre prestara un juramento. Tiene los ojos rojos, y su boca se mueve rapidamente mientras grita. La mujer está sentada, cómo si no hubiera esperado esa reacción. Un niño los mira un segundo, apenas con un ojo, intentando no ser visto.

Tercera imagen:  Una mujer y un hombre están sentados en una mesa de metal. La mujer tiene el cabello corto y negro sostiene un encendedor en su mano derecha, con el que el hombre está encendiendo un cigarrillo. Ella sonríe, y mira la boca de él. Él sonríe mirando los ojos de ella, y prende el cigarrillo, sin siquiera mirar el fuego, sólo aspira.  No se ha dado cuenta de que ha sostenido el cigarillo al revés todo este tiempo, y es el filtro lo que ha encendido.

Cuarta imagen. Dos amigos caminan por la bahía de Cartagena. Llovizna un poco pero a ninguno de los dos les importa mojarse. Uno mira el cielo y habla de angeles. La otra piensa en comerse un helado. Ven un arcoiris a lo lejos, parece terminar en el cerro de la popa. Ambos se detienen y observan que bajo el arcoiris se divisa, tenue, otro arcoiris. Ambos sonríen.

Quinta imagen  Un perro gira y gira persiguiendose la cola. O más bien, el lugar en que solía tener la cola, pues se la ha arrancado a mordiscos. Está cansado y adolorido, gime y jadea. Sigue dando vueltas mientras ladra,gime y jadea. Todo el piso está manchado de su sangre. Y una mujer y un joven lo miran mientras esperan al veterinario.

viernes, 24 de abril de 2009

La avenida

Al medio día la calle parecía extenderse infinitamente desde donde me encontraba parado, el sol llevaba horas cayendo intensamente sobre mis hombros, tenía sed, y sentía que los pies se cocinaban dentro de mis zapatos. 

Basicamente el recorrido era bastante sencillo. Salí de mi casa en el punto A,  me dirigía a un lugar situado a unos 3 o 4 kilometros de distancia. Había revisado mi itinerario en un mapa, la cosa era simple, tras caminar una calle hacia el norte sólo tenía que doblar a la izquierda, seguir la ruta de los buses por tres o cuatro cuadras y luego volver al norte. Entonces caminaría hasta mi destino, una antigua casona colonial donde funciona un museo.

Fue justo antes de volver a caminar al norte. Dos calles estaban demasiado cerca una de la otra, y no estaba muy seguro de cual tomar. Pregunte a un hombre cómo llegar a mi destino, me dijo que lo más logico sería seguir cualquiera de las dos calles directamente hacia el norte, pero que el me recomendaba seguir otra vía; seguir mi camino hacia el occidente, cruzar por el mercado, atravesar la avenida por...  No le presté atención pues sus indicaciones eran complejas e implicaban dar un gran rodeo para llegar a mi destino.

Finalmente seguí aquella que se parecía más a lo que había visto en el mapa. ¿Cuando se ha visto que un hombre inteligente ignore que la manera más rapida de llegar de un punto A a un punto B es siguiendo una trayectoria recta?. Eran alrededor de las once cuando salí de mi casa, y una hora despues todavía seguía caminando, no había encontrado aún una salida de esta calle. En ese momento miré hacia atras y pensé que ya debía estar cerca de la mitad, si no la había pasado ya, y que la manera más rapida de salir sería seguir adelante.

Un largo tiempo despues supuse que ya tenía que haber superado la mitad, aunque ambos lados se veían igualmente lejos. De todas manera si me devolvía, tardaría mucho en llegar a mi destino. Media hora más tarde, lo que consideré media hora, supe que en verdad había avanzado. A lo lejos atisbé una silueta oscura, y al acercarme descubrí que casi toda la silueta correspondía a cajas, y que sobre una de ellas una pequeña niña miraba el horizonte con expresión triste.


Le pregunté si vivía cerca, pero apenas levantó el rostro. Le seguí haciendo preguntas, pero ella no respondió a mis intentos de comunicación. Finalmente, creo que cansada de mi presencia, levantó su brazo izquierdo y me dijo: mi mamá se fue por alla. Pensé que nadie dejaría una niña tan pequeña cuidando tantas cajas por mucho tiempo, así que su madre, y por ende el fin de la calle, no podía estar muy lejos.

Tardé media hora, creo en ver el final. Ya no era capaz de ver a la niña, y adelante percibía siluetas, siluetas que se mantenían en el mismo lugar, pero hacian pequeños movimientos, como los que se hacen cuando se lleva mucho tiempo esperando. Mientras me acercaba descubrí que eran un grupo heterogeneo de personas, una mujer mayor, la unica del grupo, probablemente la madre, o abuela, de la niña de las cajas era la que más desesperada se notaba. Un hombre joven estaba sentado escribiendo algo en un cuaderno, de vez en cuando levantaba su vista, sus ojos se hacían más pequeños, un rictus de desagrado se apoderaba de su boca y volvía a su cuaderno.  Un señor de edad, que estaba bastante tranquilo a pesar de que el sudor había manchado por completo su camisa.

Al frente del grupo estaba una avenida, era ancha como un río y parecía carecer de final tanto a la izquierda como a la derecha. Pregunte al aire por la dirección a la que me dirigía. Un hombre me miró y sonrió como se sonrie a una pistola, cómo si creyéramos de manera más bien inconsciente, que no serian capaz de dispararle a alguien que sonríe, y me dijo que para llegar alla, todavía tendría que cruzar la avenida, y luego caminar unas cuatro o cinco cuadras más. –No está tan lejos– me dijo,– yo tambien me dirijo allí–.

Esperé un buen rato a que cambiara el semáforo. Los carros no cesaban de pasar al frente nuestro, casi los veíamos cruzar antes de oír sus motores. el hombre que compartía mi destino me dijo que era imposible cruzar a menos que ellos se detuvieran; cómo para probar esto, un joven del grupo corrió por la avenida, cuando llegó mucho antes de llegar a la mitad una sonrisa de victoria se asomó a sus labios y un carro, aparecido de la nada chocó contra él. Éste no se detuvo. El cuerpo voló por lo aires algunos metros, y aterrizó en nuestra acera.

–El semaforo está dañado– dijo la mujer de la niña. El joven que escribía levantó el rostro, miró al cadaver durante unos cuantos minutos, y luego volvió a su cuaderno. Me quité los zapatos y me senté al lado del joven que escribía. –¿Cuánto tiempo llevas aquí?- le pregunté. –Desde ayer- me dijo, -Tranquilo, finalmente habran de venir a arreglar el semaforo, ya no deben tardar demasiado–. Intenté preguntarle si muchos estaban desde el dia anterior, pero volvió a enfrascarse en su cuaderno, y no obtuve respuesta. El señor de la camisa sudada me respondió, -Ayer en la noche eramos un grupo más o menos grande, unas quince o veinte personas, pero esta mañana antes del amanecer algunos de nosotros se fueron hacia la izquierda, y otros hacia la derecha, ninguno ha regresado para explicarnos como llegar al otro lado; el joven que murió hace poco estuvo aquí desde anoche, es el tercero que intenta cruzar corriendo.

La situación se veía mala, podía intentar devolverme, pero serían horas de camino antes de poder salir, y mi destino se hallaba a sólo cinco cuadras de distancia. Por otra parte, era cierto lo que decía el joven que escribía, en cualquier momento podrían llegar y arreglar el semaforo, y más si el problema había empezado el día anterior. Y si no lo arregalban pronto, siempre era posible que alguno de los del dia anterior regresaran del otro lado para decirnos que había manera de cruzar. Me acomodé y esperé, el sol no había bajado mucho.

Nadie tenía un reloj pero, por la posición del sol, pienso que debían ser alrededor de las cuatro cuando todos los estomagos como si se hubieran puesto de acuerdo sonaron al mismo tiempo pidiendo comida. Alguien recordó entonces que los tecnicos de reparaciones de la compañia de semaforos dejaban de trabajar a las 4 PM, así que podíamos intentar regresar por donde habíamos venido, o esperar al día siguiente. Esperamos, casi todos esperamos, un joven que no llamaba la atención en lo más minimo, una de las tres personas que habían llegado despues que yo, decidió devolverse y se llevó con el a una joven alegre que no había hecho reír un par de veces.

Eramos un grupo más pequeño que el del dia anterior, como señaló el señor de la camisa sudada. PEro todos teníamos hambre, de alguna parte sacaron una lata de salchichas que repartimos para calmar un poco el hambre. Un hombre llegó por el camino que yo había tomado. Lo  saludaron. Tampoco era posible regresar por esa calle.  Se hizo el silencio. –Va a hacer frio esta noche- dijo la mujer, –Podríamos hacer una fogata para mantenernos calientes más tarde–. Un hombre alto y moreno que se había mantenido lejos del grupo, la ultima persona que había llegado, dijo:  a unos veinte minutos caminando hacia allá vi a una niña sobre cajas, podríamos usar ese cartón para calentarnos.

La mujer al principio no estaba muy segura, pero consideró que sería mejor tener a su hija y sus cajas con ella. No fui con la expedición a buscar combustible. Los que nos quedamos no hablamos mucho, pero nuestros estomagos nos brindaron un hermoso concierto gastrico. Cuando los otros regresaron, sus estomagos se unieron a las quejas de los nuestros. Un sólo pensamiento recorrió todas nuestras cabezas, teníamos que encontrar comida.

Yo y el hombre de la camisa sudada nos ofrecimos a buscar cosas comestibles en los alrededores. La niña quería pasear también, yo miré a mi compàñero, y vi en sus ojos justamente lo mismo que yo estaba pensando. - No me atrevo a llevarla a menos que su madre tambien nos acompañe– dije. Ambas nos acompañaron. Una media hora despues regresamos ambos hombres con algo de carne cruda, y dijimos que las dos mujeres habían preferido seguir caminando para buscar otra manera de cruzar. Creo que nadie nos creyó, lo importante es que teníamos comida.

La noche no fue tan mala, es cierto que hizo frío, y que no hubo un sólo minuto en que hubiera sido posible cruzar. Pero nuestra barriga estaba llena, y yo al menos, tuve sueños lindos.

jueves, 23 de abril de 2009

Los Diez mandamientos de un escritor. Stephen Vizinczey

Autor de las novelas En brazos de la mujer maduraUn millonario inocente y El hombre del toque mágico, y del volumen de ensayos Verdad y mentira de la literatura, Vizinczey es una voz para tener en cuenta en el panorama literario contemporáneo. Se le ha comparado con Nabokov y Conrad, pues igual que estos proviene de Europa oriental y renovó el uso del Inglés. El Post fue copiado casi identico por mi del blog El ojo en la paja.


Los Diez mandamientos de un escritor.

Escribí esto en respuesta a un ruego de Raymond Lamont-Brown, director de Writers’ Monthly, que me pidió algo lleno de consejos sensatos y prácticos para quienes son en muchos casos novatos en la ocupación de escribir.

1. No beberás ni fumarás ni te drogarás
Para ser escritor necesitas todo el cerebro que tienes.


2. No tendrás costumbres caras
Un escritor nace del talento y del tiempo... tiempo para observar, estudiar, pensar. Por consiguiente, no puede permitirse el lujo de desperdiciar una sola hora ganando dinero para cosas no esenciales. A menos que tenga la suerte de haber nacido rico, es mejor que se prepare para vivir sin demasiados bienes terrenales. Es cierto que Balzac obtenía una inspiración especial de la compra de objetos y la acumulación de enormes deudas, pero la mayoría de personas con hábitos caros son propensas a fracasar como escritores.

A la edad de veinticuatro años, tras la derrota de la Revolución húngara, me encontré en Canadá con unas cincuenta palabras de inglés. Cuando me di cuenta de que era un escritor sin una lengua, subí en ascensor al último piso de un alto edificio de Dorchester Street en Montreal, con la intención de arrojarme al vacío. Al mirar hacia abajo desde la azotea, con terror ante la idea de morirme, pero todavía más de romperme la columna vertebral y pasar el resto de mi vida en una silla de ruedas, decidí tratar de convertirme en un escritor inglés. Al final, aprender a escribir en otra lengua fue menos difícil que escribir algo bueno y viví durante seis años al borde de la miseria antes de estar listo para escribirEn brazos de la mujer madura.

No podría haberlo hecho si me hubiesen interesado los trajes o los coches... en realidad, si no hubiera visto otra alternativa que la azotea de aquel rascacielos. Algunos escritores inmigrantes que conocía trabajaban como camareros o vendedores para ahorrar dinero y crearse una “base financiera” antes de intentar ganarse la vida escribiendo; uno de ellos posee ahora toda una cadena de restaurantes y es más rico de lo que yo pueda llegar a ser en mi vida, pero ni él ni los otros volvieron a escribir. Es preciso decidir qué es más importante para uno: vivir bien o escribir bien. No has de atormentarte con ambiciones contradictorias.


3. Soñarás y escribirás y soñarás y volverás a escribir
No dejes a nadie decirte que estás perdiendo el tiempo cuando tienes la mirada perdida en el vacío. No existe otra forma de concebir un mundo imaginario.

Nunca me siento ante una página en blanco para inventar algo. Sueño despierto con mis personajes, sus vidas y sus luchas, y cuando una escena se ha desarrollado en mi imaginación y creo saber qué han sentido, dicho y hecho mis personajes, tomo pluma y papel e intento relatar lo que he presenciado.

Una vez escrito mi relato, a mano y a máquina, lo leo y encuentro que la mayor parte de lo escrito es (a) confuso o (b) inexacto o (c) tedioso o (d) sencillamente no puede ser verídico. Así, utilizo el borrador mecanografiado como una especie de informe crítico de lo que he imaginado y vuelvo a soñar mejor toda la escena.

Fue este modo de trabajar lo que me hizo comprender, cuando aprendía inglés, que mi principal problema no era la lengua, sino, como siempre, el ordenar las cosas en mi cabeza.


4. No serás vanidoso
La mayor parte de los libros malos lo son porque sus autores están ocupados en tratar de justificarse a sí mismos. Si un autor vanidoso es alcohólico, el personaje de su libro descrito con mayor simpatía será un alcohólico. Este tipo de asunto es muy aburrido para los extraños. Si crees ser sabio, racional, bueno, una bendición para el sexo opuesto, una víctima de las circunstancias, es porque no te conoces a ti mismo lo suficiente para escribir.

Dejé de tomarme en serio a la edad de veintisiete años y desde entonces me he considerado sencillamente materia prima. Me utilizo del mismo modo que se utiliza a sí mismo un actor: todos mis personajes –hombres y mujeres, buenos y malos– están hechos de mí mismo más la observación.


5. No serás modesto

La modestia es una excusa para la chapucería, la pereza, la complacencia; las ambiciones pequeñas suscitan esfuerzos pequeños. Nunca he conocido a un buen escritor que no intentara ser grande.


6. Pensarás sin cesar en los que son verdaderamente grandes
“Las obras del genio están regadas con sus lágrimas”, escribió Balzac enIlusiones perdidas. Rechazo, mofa, pobreza, fracaso, una lucha constante contra las propias limitaciones..., tales son los principales sucesos en las vidas de la mayoría de grandes artistas, y si aspiras a compartir su destino, debes fortalecerte aprendiendo de ellos.

Yo me he animado con frecuencia al releer el primer volumen de la autobiografía de Graham Greene, Una especie de vida, que trata de sus primeras luchas. También he tenido ocasión de visitarle en Antibes, donde vive en un pequeño piso de dos habitaciones (un lugar diminuto para un hombre tan alto) con los lujos de un aire suave y una vista del mar, pero pocas posesiones aparte de libros. Parece tener pocas necesidades materiales y estoy seguro de que esto tiene algo que ver con la libertad interior que emana de sus obras. Aunque afirma que ha escrito sus “entretenimientos” por dinero, es un escritor dirigido por sus obsesiones sin hacer caso de modas cambiantes e ideologías populares, y esta libertad se comunica a sus lectores. Uno se siente liberado del peso de los propios compromisos, al menos mientras lo lee. Esta clase de logro sólo es posible para un escritor de costumbres espartanas.

Ninguno de nosotros tiene oportunidad de conocer personalmente a muchos grandes hombres, pero podemos estar en su compañía leyendo sus memorias, diarios y cartas. Hay que evitar, sin embargo, las biografías, en especial las que han sido convertidas en películas o series de televisión. Casi todo lo que nos llega sobre los artistas a través de los medios de comunicación es pura palabrería, escrita por perezosos autores mercenarios que no tienen la menor idea del arte ni del trabajo duro. El ejemplo más reciente es Amadeus, que intenta convencernos de que es fácil ser un genio como Mozart y muy difícil ser una mediocridad como Salieri.

Hay que leer, en cambio, las cartas de Mozart. En cuanto a literatura específica sobre la vida del escritor, yo recomendaría Una habitación propia, de Virginia Woolf, el prefacio de La dama morena de los sonetos de Shaw, Martin Eden de Jack London y, sobre todo, Ilusiones perdidas de Balzac.


7. No dejarás pasar un solo día sin releer algo grande
En mi adolescencia estudié para ser director de orquesta y de mi educación musical adopté una costumbre que considero esencial para los escritores: el estudio constante y diario de las obras maestras. La mayor parte de los músicos profesionales de cierta categoría conocen de memoria centenares de partituras; la mayor parte de los escritores, en cambio, sólo tienen el más vago recuerdo de los clásicos, lo cual explica que haya más músicos expertos que escritores expertos. Un violinista que poseyera la pericia técnica de la mayor parte de los novelistas publicados, no encontraría nunca una orquesta donde tocar. Lo cierto es que sólo absorbiendo las obras perfectas, los modos específicos inventados por los grandes maestros para desarrollar un tema, construir una frase, un párrafo, un capítulo, se puede aprender todo lo que hay que aprender sobre la técnica.

Nada de lo que ya se ha hecho puede decirte cómo hacer algo nuevo, pero si comprendes las técnicas de los maestros, tienes una mayor posibilidad de desarrollar las propias. Para decirlo en términos de ajedrez: aún no ha existido un gran maestro que no conociera de memoria las partidas de campeonato de sus predecesores.

No se debe cometer el error común de intentar leerlo todo para estar bien informado. Estar bien informado sirve para brillar en las fiestas, pero resulta absolutamente inútil para un escritor. Leer un libro para poder charlar sobre él no es lo mismo que comprenderlo. Es mucho más útil leer una y otra vez unas cuantas grandes novelas hasta comprender por qué son buenas y cómo las han construido los escritores. Hay que leer una novela unas cinco veces para comprender su estructura, qué la hace dramática y qué le presta ritmo e impulso. Sus variaciones en compás y escala de tiempo, por ejemplo: el autor describe un minuto en dos páginas y luego cubre dos años con una frase... ¿por qué? Cuando hayas comprendido esto, sabrás realmente algo.

Cada escritor elegirá sus propios favoritos entre aquellos de quienes cree que puede aprender más, pero desaconsejo con firmeza la lectura de novelas victorianas, que están infestadas de hipocresía e hinchadas de redundancias. Incluso George Eliot escribió demasiado sobre demasiado poco.

Cuando te sientes tentado de escribir cosas superfluas, deberás leer los relatos de Heinrich von Kleist, quien dijo más con menos palabras que cualquier otro escritor en la historia de la literatura occidental. Lo leo constantemente, así como a Swift y a Sterne, a Shakespeare y a Mark Twain. Por lo menos una vez al año releo algunas obras de Pushkin, Gógol, Tolstoi, Dostoyevski, Stendhal y Balzac. A mi juicio, Kleist y estos novelistas franceses y rusos del siglo XIX son los más grandes maestros de la prosa, una constelación de genios no superados como los que encontramos en la música, de Bach a Beethoven, y todos los días intento aprender algo de ellos. Ésta es mi “técnica”.

8. No adorarás Londres/Nueva York/París
Conozco a menudo aspirantes a escritores de lugares apartados que creen que las personas que viven en las capitales de los medios de comunicación tienen, sobre el arte, alguna información interna especial que ellos no poseen. Leen las páginas de críticas literarias, ven programas sobre arte en televisión para averiguar qué es importante, qué es el arte en realidad, qué debería preocupar a los intelectuales. El provinciano suele ser una persona inteligente y dotada que acaba por adoptar la idea de algún periodista o académico de mucha labia sobre lo que constituye la excelencia literaria, y traiciona su talento imitando a retrasados mentales que sólo tienen talento para medrar.

Aunque vivas en el quinto infierno, no hay razón para sentirte aislado. Si posees una buena colección de ediciones en rústica de grandes escritores y no dejas de releerlos, tienes acceso a más secretos de la literatura que todos los farsantes de la cultura que marcan el tono en las grandes ciudades. Conozco a un destacado crítico de Nueva York que no ha leído nunca a Tolstoi y además está orgulloso de ello. No hay que perder tiempo, por lo tanto, preocupándote por lo que está de moda, el tema idóneo, el estilo idóneo o qué clase de cosas ganan los premios. Cualquier persona que haya tenido éxito en literatura, lo ha conseguido en sus propios términos.


9. Escribirás para complacerte a ti mismo
Ningún escritor ha logrado jamás complacer a lectores que no estuvieran aproximadamente en su mismo nivel de inteligencia general, que no compartieran su actitud básica ante la vida, la muerte, el sexo, la política o el dinero. Los dramaturgos son afortunados: con ayuda de los actores, pueden extender su mensaje hasta más allá del círculo de los espíritus afines. No obstante, hace sólo un par de años leí en los periódicos americanos las críticas más condescendientes de Medida por medida... la obra en sí, ¡no la producción! Si Shakespeare no puede complacer a todo el mundo, ¿por qué intentarlo siquiera nosotros?

Esto significa que no vale la pena esforzarte por interesarte en algo que te resulta aburrido. Cuando era joven perdí mucho tiempo intentando describir vestidos y muebles. No sentía el menor interés por los vestidos ni por los muebles, pero Balzac experimentaba hacia ellos un apasionado interés, que consiguió comunicarme mientras le leía, así que pensé que debía dominar el arte de escribir excitantes párrafos sobre armarios si quería ser algún día un buen novelista. Mis esfuerzos estaban condenados y agotaron todo mi entusiasmo por aquello que me había propuesto escribir en primer lugar. Ahora sólo escribo sobre lo que me interesa. No busco temas: cualquier cosa en la que no pueda dejar de pensar es mi tema. Stendhal dijo que la literatura es el arte de la omisión, y omito todo lo que no me parece importante. Describo a las personas sólo en los términos de sus acciones, afirmaciones, ideas, sentimientos que me hayan escandalizado/intrigado /divertido/deleitado a mí mismo o a otros.

No es fácil, por supuesto, ser fiel a lo que realmente nos importa; a todos nos gustaría ser considerados personas llenas de curiosidad por todo. ¿Quién asistió jamás a una fiesta sin fingir interés por algo? Pero cuando escribes tienes que resistir la tentación, y cuando lees lo que has escrito, siempre debes preguntarte: “¿Me interesa de verdad esto?”.

Si te complaces a ti mismo –a tu yo verdadero, no a un concepto imaginario de ti mismo como la más noble de las personas que sólo se preocupan por los niños hambrientos de África–, tienes la posibilidad de escribir un libro que agrade a millones. Esto es así porque, quienquiera que seas, hay en el mundo millones de personas más o menos parecidas a ti. Pero nadie quiere leer a un novelista que no piense realmente lo que escribe. El best sellter más ramplón tiene una cosa en común con una gran novela: ambos son auténticos.


10. Serás difícil de complacer
La mayoría de los libros nuevos que leo se me antojan a medio terminar. El escritor se contentó con hacer su trabajo más o menos bien y luego pasó a algo nuevo. Para mí, escribir empieza a ser emocionante de verdad cuando vuelvo a un capítulo un par de meses después de haberlo escrito. En esta fase lo miro menos como autor que como lector, y por muchas veces que reescribiera originalmente el capítulo, todavía encuentro frases que son vagas, adjetivos que son inexactos o superfluos. De hecho, encuentro escenas enteras que, aunque ciertas, no añaden nada a mi comprensión de los personajes o de la historia y, por consiguiente, pueden eliminarse.

Es en este punto cuando examino el capítulo durante el tiempo suficiente para aprendérmelo de memoria –lo recito palabra por palabra a cualquiera dispuesto a escuchar– y si no puedo recordar algo, suelo descubrir que no era correcto. La memoria es un buen crítico.


Publicado originalmente en Writers’ Monthly, julio 1985.

lunes, 20 de abril de 2009

Para la llegada del hombre blanco.


El líder de cada tribu y cada imperio ha asistido a esta reunión; llevan consigo sus mejores guerreros. Cada uno de ellos está preparado para la guerra. Ya sea que vistan sus cabezas con cascos dorados o mascaras, usen para la lucha armas de madera o de metal, sean del sur montañoso o del árido norte, todos han sido advertidos por los dioses sobre la inminente llegada de hombres blancos sobre monturas veloces.

Se reúnen para discutir cómo debemos proceder. De igual manera que lo hicieron nuestros ancestros, milenios antes, para repartirse el mundo luego de que los hombres rojos se internaran en el mar. No estamos asustados de los males que vendrán con estos hombres blancos, porque poseemos los secretos de la selva, y la plantas medicinales. No nos asustan sus armas o sus números, porque somos una raza guerrera y nuestras armas son efectivas como el rayo.

Nuestra preocupación no era si debíamos rendirnos o resistir, sino de que manera repartirnos el botín que podíamos obtener de ellos, y cómo matarlos con el menor perjuicio para nosotros. Pico de Águila, líder de los Hucatl, los guerreros del norte, propuso guiar a los tripulantes de las naves a la selva, donde serían abandonados –Que la madre nos ahorre derramar su sangre con nuestras manos– dijo. Se oyeron frases de aprobación. –Debemos envenenar a sus jefes y esclavizar a los supervivientes– dijo Moctul, Jefe guerrero de los Toltecas, – que olviden nuestra tierra por muchos otros ciclos celestes–. Finalmente el hombre más anciano del grupo, Hosique, de las tribus errantes mayas, se puso de pie. – Nuestros antepasados, los creadores de nuestra gloria, deben sentirse ruborizados por sus estrategias: venenos, trampas, cobardes les llamarían. Y cobardía es, no les demos oportunidad de descanso, debemos abordarlos, matarlos y quemar sus naves. Hemos sido alertados por los dioses de la llegada del hombre blanco para prepararnos para la guerra, no los decepcionemos, agujeremos sus cuerpos con nuestras flechas y destrocemos sus huesos con nuestras mazas, la nuestra es una raza guerrera, hagamos honor a nuestra sangre–. Todos estuvieron de acuerdo, la batalla sería sangrienta y honorable.

Somos un pueblo orgulloso de nuestra fuerza, nos gusta probarnos en batalla, su suerte está definida, no podrán vencer nuestros inmensos números, nuestras armas precisas y veloces, nuestros guerreros que deben ser muertos dos o tres veces antes de que paren de luchar. No sabemos el numero de nuestros enemigos, pero la victoria será nuestra, somos los hijos de los dioses.

Faltaban solo días para que llegaran los hombres blancos, y los líderes seguían celebrando nuestra futura victoria. – Como cortáis un árbol cuyo crecimiento os impedirá ver el sol, así debéis cortar la existencia de los hombres que vienen, pues desaparecerán vuestros imperios, y vuestra raza; así hablaron los dioses– decían. Y algunos pensábamos si no era mejor sacar el árbol de raíz. impedir que vuelva a crecer alguna vez. El pensamiento llegó al palacio. Un hombre, famoso guerrero de un pequeño clan, preguntó: – Los venceremos, y libaremos con su sangre. Pero ¿y luego qué? Volverán pronto con mayores números, con más naves, con animales más veloces, y armas más afiladas. Y aún así los venceremos sin dudar. Pero un día estaremos cansados de luchar y nuestra tierra, roja con su sangre, no podrá alimentarnos. Y entonces, ¿qué haremos?–. –¿Qué propones, noble Trev, acaso, que nos rindamos?. –Al contrario– dijo Trev, – llevemos la guerra a ellos, tomemos sus naves, fabriquemos propias, y hagamos de sus tierras, las nuestras–. Todo el consejo estuvo de acuerdo en que lo mejor que se podía hacer era lo que Trev sugería. Llevar la guerra al hombre blanco. – mejor que sea su tierra la que se ahogue en sangre que la nuestra, mejor que sean sus mujeres y niños los que se escondan que los nuestros, mejor que sean ellos los que desaparezcan que nuestros imperios. Y así lo deben desear los dioses, pues somos sus hijos predilectos– decían.

Somos un pueblo noble que se preocupa por el futuro de nuestra madre, somos los hijos de la tierra, somos los discípulos de los dioses, y los futuros dueños de las tierras de los hombres blancos.

– Me han mostrado los dioses el fin de la guerra– dijo el hombre brujo, – seremos victoriosos–. Los aplausos y las felicitaciones no se hicieron esperar. Todos anhelaban saber más. –¿Cuál será el más heroico clan, hermano? –, –¿ Serán mis estrategias las que nos den la victoria?–, –¿ Será mi hijo el más destacado guerrero?–, –¿ Será mi esposa fiel en mi ausencia?–, –¿Será el viaje largo?–, –¿ Serán las muertes pocas?–, –¿Se sentirán mis nietos orgullosos de nuestro heroísmo?– las preguntas hubieran proseguido hasta el fin de los tiempos si el hombre brujo no hubiera levantado su mano y pedido silencio.

– Me han honrado los dioses al mostrarme nuestra victoria final, pero también me han entristecido pues no nos reconozco en los hombres de mis visiones. Los ciclos del cielo hasta el día de nuestra victoria son incontables, las muertes infinitas; los enemigos, numerosos y feroces, nuestras esposas morirán esperando nuestro regreso y nuestros hijos tendrán hijos con mujeres extrañas. Formaremos alianzas con seres extraños de color moreno como el nuestro pero con dioses que contrarían a los nuestros. Nuestros pueblos no conocerán la paz en vida, ni nuestros ancianos serán respetados. Venceremos hermanos, si atacamos. Pero el precio será inimaginable,para el momento de la victoria, seremos otro pueblo, y querremos nuevas guerras– eso dijo el chamán con palabras adornadas y rodeos, detalles que hubiéramos preferido no escuchar y una mueca de tristeza en sus labios.

Nuestra raza es orgullosa, y está dispuesta a sacrificarse con tal de que sigan existiendo mujeres que vayan a lavar al río, y carguen niños en la espalda, con tal de que los chamanes sigan siendo libres de ir y venir sin afiliación o tribu fija. Nuestra raza está dispuesta a sacrificarse con tal de que de alguna manera pueda seguir existiendo, pero las palabras del brujo nos hicieron cambiar de opinión, no lucharemos una guerra por el mundo. No moriremos todos para que los hijos de nuestros hijos hayan olvidado como vivir sin guerra. Nuestros mejores guerreros, nuestros astutos estrategas y hábiles artistas han partido hacia el sur, hacia las planicies blancas donde habitan los dioses, nuestras armas han partido con ellos, nuestras esperanzas de volver a existir también. Ellos son la semilla de nuestros imperios. El resto esperaremos, nos desvaneceremos como las hojas cuando el mundos se tiñe de ocre, pero un día cuando el hombre blanco esté cansado volverá la primavera y nuestra era dorada. Volveremos a ser lo que fuimos; aunque no seamos los mismos, seremos iguales. Somos los hijos fieles de los dioses, y un día heredaremos de estos el mundo entero.

jueves, 16 de abril de 2009

En el dentista


Es más de medio día y el hombre se desespera. Si no fuera por el dolor acuciante que lo invade cada vez que muerde algo nunca hubiera ido al odontologo. Y lo peor no es el olor a saliva y desinfectante, o la asombrosa falta de belleza de la mujer que está sentada en la esquina, quien debe ser la asistente. Sino el terrible aburrimiento que siente. Toma una revista por quinta vez, y mira de reojo a la niña que juega bajo del escritorio de la secretaria. La madre la mira de manera desaprobadora, y parece haberse cansado de repetir su nombre. La revista lo aburre y se imagina a la secretaria desnuda. No vale la pena siquiera intentar desearla, se dice y vuelve a su lectura.

Saca una caja de chiclets de su bolsillo y nota que la niña lo mira. Le sonríe y ella sigue jugando. La madre lo mira. Debe pensar que soy un corruptor de menores, o que estos chiclets esconden pastillas de extasis, o que la he estado siguiendo durante los ultimos días.Guarda los chiclets sin comer ninguno. Llama a la niña cuyo nombre recuerda por haberlo escuchado tantas veces y le ofrece un chocolate que saca del bolsillo. La niña sonríe, un ceño se frunce, la mujer del escritorio entra al consultorio y sale con un hombre anciano que luce una sonrisa perfecta y brillante. La niña toma el chocolate de las manos del hombre, la mujer frunce más el ceño, llama a la niña y le dice que no puede comer chocolate antes de tener una cita con el doctor. Ella le entrega el dulce a su madre y vuelve a jugar. La mujer huele el dulce, lo toca como si pudiera explotar en cualquier momento, y luego lo desenvuelve, toca y huele de nuevo, finalmente lo parte en dos antes de envolverlo otra vez; hace todo esto mientras alterna rapidamente sus miradas del dulce al hombre. Este no reacciona. Otra persona de la sala entra al consultorio, una mujer. El hombre mira alrededor y deduce que el siguiente turno debe ser el suyo, e intenta concentrarse en releer de nuevo el cuento al final de la revista.

La mujer guarda el dulce en su bolso, llama a su hija y le asegura que los gritos que escucha no vienen del consultorio del dentista, sino del piso superior, donde un hombre muy malo que golpea a su esposa vive. –No te va a doler, mi amor– le dice.

–Es cierto niña, todos los días– dice el hombre,– se escuchan los mismos gritos, o más bien casi todos los días, yo antes vivía por cerca de aquí–. La mujer lo mira satisfecha con la ayuda. La niña se acerca al hombre y le pregunta si es verdad. –Es cierto, en el piso de arriba hay un hombre que todos los días le corta un pedacito pequeño de dedo a su mujer, por eso ella grita tanto–. La mujer abre los ojos, la niña da un pequeño grito y corre a esconderse bajo el escritorio. El hombre sigue su lectura, se detiene y dice:– es mentira niña ya no hay ningun hombre malo en el piso de arriba–. La niña lo mira, la madre lo mira y esboza una pequeña sonrisa. –pero y los gritos..– dice la niña. –Debe ser una pelicula, preciosa, no te preocupes–.

–La verdad–, dice el hombre como si hablara consigo mismo, –nadie sabe, cuando yo vivia aca los gritos me despertaban en la noche, y yo siempre llamaba a la policía, pero nunca encontraron nada, yo creo que debe ser...–. –Un loro– dice la mujer apresuradamente– un loro que escuchó los gritos alguna vez, tu sabes que los loros repiten todo lo que oyen; sí eso debe ser, un loro–. –Deben ser fantasmas– Dice él. La niña se esconde, la mujer lo mira. Se debe estar preguntando cómo podría deshacerse de mi, piensa él. –Yo usaría un lapicero– dice cuando la ve estrujando fieramente un trozo de papel, –la asfixia es larga y molesta para ambas partes–.

La mujer fija sus ojos en la revista que finge estar leyendo. Ella se come el chocolate, y la niña juega a ser fantasma con la chaqueta de su mamá. Él le regala otro dulce, a escondidas, ella lo come y sonriendo le muestra sus dientes embarrados de chocolate. La secretaria se levanta de nuevo, entra y sale con la paciente. Él la llama, –¿por qué tanto ruido?– le pregunta, – sin anestesia– balbucea ella, o eso cree él.

Lo llaman, se despide de la niña con un pequeño gesto. –Toca extraer la pieza– dice el dentista, –¿le importa si grito?–él, –absolutamente, está en todo su derecho– . Él grita. Al salir cruza la mirada con la niña, gira su cabeza de lado a lado, le sonríe y haciendo todo el esfuerzo que le es posible dice con perfecta vocalización, o eso piensa él: fantasmas.